miércoles, 25 de enero de 2012

Buscando el placer

Si decidimos decantar nuestros esfuerzos, para alcanzar la felicidad, a la prevención del dolor, la opción más radical consiste en el aislamiento, en la protección a través del distanciamiento del temible mundo exterior, con el fin de erradicar cualquier posible sufrimiento proveniente de las relaciones humanas. Otra alternativa menos drástica estriba en la ataque y el sometimiento de la naturaleza por la voluntad del hombre en busca de un beneficio común de la sociedad. Aunque para Freud la más interesante de las prevenciones reside en el consumo de químicos que alteran nuestro estado perceptivo, impidiendo que sintamos cualquier fuente de displacer. Esta protección que se obtiene gracias a la ingesta de estupefacientes es inmediata y se encuentra muy extendida, desde el uso indiscriminado de medicamentos en el recetario médico, hasta el consumo descontrolado de drogas.
En estas últimas décadas se ha encontrado otra alternativa, a la prevención del dolor y el sufrimiento, que consiste en la anulación o la mitigación de los instintos más básicos, groseros y primarios. Esta opción rebaja el impacto negativo que supone no satisfacer dichos instintos, aunque por otro lado nos imposibilita alcanzar el alto grado de felicidad que nos proporciona su cumplimiento. Para realizar esta anulación o disminución de los instintos se ha recurrido a las filosofías orientales y a prácticas como el yoga, con el único deseo de ganar el reposo absoluto.
El arte también forma parte de esta lista, propuesta por el señor Freud, como un narcótico momentáneo para el dolor. Su mundo de fantasía y de imaginación proporcionan un oasis que permite al espectador alejarse brevemente de las situaciones reales que tanta frustración y malestar le producen. Según Freud, esta alternativa es viable siempre y cuando exista el papel del artista, un sujeto que serviría como enlace entre la realidad y el mundo de la imaginación. Freud sitúa la figura de artista al nivel de un chamán, de un individuo capaz de trasladar a sus homónimos a otro mundo y de proporcionarles unos instantes de placer.
La más radical de las decisiones que un ser humano puede tomar contra el sufrimiento consiste en situar su origen en la realidad exterior, surgiendo de esta manera la figura del ermitaño. El aislamiento total nunca le podrá proporcionar la felicidad, pues la realidad es mucho más fuerte y acabará por imponerse a su mundo personal. Una desviación de esta actitud se manifiesta en las comunidades que abandonan su felicidad a una fantasía que no se corresponde con nada de esta realidad, como puede ser el caso de las religiones, con sus fanáticos ciegos a cualquier indicio de falsedad que pueda surgir en los dogmas que practican.
El último y tal vez es el más popular de todos los caminos que recorremos en busca de la felicidad es el amor. A través del enamoramiento encontramos e intentamos proporcionar el placer junto a otro ser querido, aunque ninguna de las otras opciones nos sitúa de manera tan desprotegida ante el sufrimiento, ante el dolor que produce el abandono del ser querido. Por lo tanto la centralización del placer en el amor supone un gran riesgo para la protección emocional de un individuo, pues al mismo tiempo que es capaz de procurarte un tiempo placentero puede también hundirte en un limbo de penas y angustias que acrecentarán el dolor y el displacer.
Una vez analizados algunos de los caminos que nos llevan hacia el placer, cabe afirmar que ninguno de ellos nos asegura la total e imperecedera felicidad. Algunos de ellos se sitúan en el campo de la búsqueda del placer, asumiendo los riesgos que ello conlleva, mientras otros tratan de huir de la fuente del dolor, pero ninguno ellos, de forma aislada, debe conformar la única opción para alcanzar la felicidad. Freud entiende que la mejor manera de conseguir este fin consiste en la flexibilidad emocional, intentando abarcar las mayores alternativas posibles. Entre ellas se encuentra la religión que tanto detesta Freud, una opción llena de normas represoras que lo único que consiguen es, bajo sus anticuados dogmas, la infantilización de las mentes de sus devotos para obtener una unificación e intentar evitar la psicosis individual, aunque cabría preguntarse si esta psicosis de la que habla Freud no se produce de manera colectiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario