Artaud por Man Ray |
La
denominación de “obra maestra” ha causado gran cantidad de
problemas y confusiones a la
hora
de estudiar y percibir los trabajos de muchos artistas, pues este
término sirve para discriminar y clasificar cuales son las obras que
merecen ser conservadas y admiradas. Sin embargo, Antonin Artaud,
mantenía que cualquier tipo de expresión, corporal, musical,
literaria o plástica, acabará por consumirse y desaparecer, se
agotará y se destruirá para que posteriormente se pueda volver a
empezar de nuevo, razón por la cual no tiene sentido seguir
alimentando este tipo de clasificación. La importancia recaería
entonces en la búsqueda de una manera de contar algo de forma
directa, sin elitismos, con una sensibilidad actual y de manera
comprensible. Según Artaud, la expresión, tanto a través de
las palabras como de las formas, una vez utilizadas quedan
inservibles, por ello su admiración por el teatro es absoluta, pues
es el lugar donde nunca se puede repetir el mismo gesto. La idolatría
hacia las obras maestras es considerada por Artaud como un síntoma
del conformismo burgués, que ha conseguido confundir lo sublime, las
Ideas y las cosas con las formas que han ido tomando en el tiempo,
construyendo de esta forma una mentalidad snob, preciosista y esteta.
La
visión que tenemos en Occidente del teatro como un arte menor ha
sido provocada por la noción descriptiva y narrativa impuesta en el
Renacimiento, realizando representaciones donde el público pudiera
reconocerse y entretenerse, abandonando la idea de crear imágenes y
formas que los transformaran y llegaran a producirles cicatrices que
se llevarían a su casa una vez acabadas las representaciones. Artaud
piensa que el teatro psicológico se vuelve un teatro de voyeurs y
acabará convirtiéndose en podredumbre y revolución, señalando
como culpables de dicha situación a dramaturgos como Shakespeare. La
idea del arte por el arte, ajeno a la vida, o lo que es lo mismo, el
arte concebido como entretenimiento y ocio, es una idea que nos
llevará a la decadencia, ya que mientras el arte entra en un proceso
de ensimismamiento, la vida sigue irremediablemente su camino. Si la
vida no se detiene, es evidente que la admiración por lo que ya ha
sido creado tan sólo conseguirá petrificarnos, insensibilizándonos
ante las fuerzas subyacentes, impidiéndonos al mismo tiempo tomar
conciencia de una fuerza vital que nunca se detiene.
Otra
de las afirmaciones que Artaud mantiene es la destrucción, la
anulación, el desprendimiento
de
un arte egoísta que tan sólo beneficia al que lo crea, intentando
producir un arte que beneficie principalmente al que lo recibe. Su
“Teatro de la crueldad” no implica la presencia de sangre o
desmembramiento de cuerpos, simplemente se trata de un teatro difícil
de presenciar y que nos muestra la mayor crueldad de todas, nos
recuerda que no somos libres. Artaud quiere recuperar el conocimiento
físico de las imágenes y de los medios de inducir al trance a
través del teatro. Para conseguir esta recuperación es necesario
adquirir, a través de la observación y la investigación de los
rituales y las tradiciones, un conocimiento de lo antiguo, donde los
gestos eran utilizados como pequeñas llaves que permitieran acceder
a otros estados de conciencia, donde los movimientos facilitaran la
transformación de aquellos que los realizaban, e incluso a aquellos
que los observaban.
Artaud
creía que se podía recurrir a la idea, esencialmente mágica, de
curación a través de la mímesis del gesto, tal y como pensaban
algunos chamanes que se podía curar un enfermo simulando el estado
exterior de un sano. Es claro el posicionamiento que Artaud mantiene
ante el teatro, y el resto de las artes, insistiendo en el carácter
curativo y transformador que deberían tener. No cabe duda de la
importancia que recae, dentro de esta visión, en el gesto y en su
poder de comunicación y de mimetismo mágico. Esta idea también se
puede ver reflejada en los textos que Lecoq utiliza para explicar su
pedagogía teatral, insistiendo repetidas veces en la trascendencia
que tiene la capacidad de convertirse en aquello que se representa.
El actor nunca debería preocuparse por imitar, sino en convertirse
en aquello que pretende representar, entendiendo esta acción como un
volver a traer, a presentar al público algo o a alguien como lo
verdadero. No se trataría de un engaño de ilusionista que sirviera
para confundir al espectador haciéndole creer que aquello que está
viendo es real, sino que el actor se transformara realmente en
aquello que representa.
En
definitiva podemos ver a Artaud como un paladín del siglo XX, un
visionario que pretendía liberar al arte de los carroñeros que se
lo disputan, tanto los burgueses acomodados, que pretendían crear un
imperio de viejas glorias a las que llamar obras de arte, como a los
intelectuales que alimentaban a la industria del entretenimiento,
creando espectadores pasivos y transformándolos en recipientes para
ideas banales y cotidianas. Artaud se erige como una especie de ser
salvador, como un profeta que viene a liberarnos de nuestra malograda
existencia, a despertarnos de un sueño mortecino para devolvernos la
energía vital.
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