En muchos casos el problema que se interpone entre la
felicidad y el ser humano son los cánones falsos que se autoimponen
los sujetos. El deseo de poder, éxito o dinero, entorpece la visión
de muchas “almas” incapaces de saborear lo verdaderamente
importante, lo esencial para alcanzar el bienestar.
Para Freud es más que evidente la existencia nada más
nacer de un “yo” que aprende poco a poco, y gracias a la
comprensión de los estímulos originados por nuestro cuerpo, a
diferenciarse del mundo exterior. Hacia el interior del sujeto se
encuentra el “ello”, una parcela psíquica que acoge nuestros
deseos más profundos. Tendemos a pensar que tanto el “yo” como
el “ello” son la fuente del placer, mientras que en lo externo
encontramos las causas del displacer. Pensar de esta manera nos puede
producir un error a la hora de asimilar y comprender nuestro estado
de satisfacción, luchando contra el displacer que proviene del
interior de la misma forma que si viniese del exterior, a lo que
Freud denomina patología.
Debido a las dificultades y a la pesadez que nos impone
la vida, el ser humano está obligado a buscar métodos que le ayuden
a mitigar esta carga. Principalmente se pueden encontrar tres: una
gran distracción que nos haga olvidar nuestra miseria,
satisfacciones sustitutivas, como puede ser el arte y sus ilusiones,
y los narcóticos que influyen en nuestro organismo. La religión
debe estar justificada por uno de estos métodos, aunque no esté
claro cual. Tal vez su existencia sólo sea necesaria para justificar
la idea de superioridad que posee el ser humano sobre el resto de
seres de este mundo. El sistema religioso legitimaría de esta manera
que la vida humana tiene un objeto de existir, tiene una finalidad
concreta, a diferencia de los animales y las plantas que son
inmanentes a este mundo. Esta visión acerca de la finalidad del ser
humano posiblemente venga derivada por la tendencia humana a
cosificar todo lo que le rodea, de otorgarle una funcionalidad, y por
lo tanto, como diría Georges Bataille, de convertirlo en un objeto.
Abandonando la cuestión religiosa, parece claro que el
deseo y la finalidad que busca el ser humano consiste en alcanzar la
felicidad. Para conseguir tal propósito el sujeto tiene dos
opciones: evitar el displacer e intentar alcanzar aquello que le
proporcione sensaciones placenteras. La obtención de placer viene
dada al satisfacer ciertas necesidades que habrían elevado el nivel
de tensión del sujeto al acumularse, por lo que una obtención
continua de dicho deseo acabaría por disminuir su efecto, y por lo
tanto el de felicidad. El sufrimiento, sin embargo, no nos resulta
tan difícil de alcanzar. Las desgracias y el dolor pueden proceder
de nuestro propio cuerpo, destinado a la decadencia, de un exterior
capaz de destruirnos, como los desastres naturales o las
enfermedades, o puede proceder de otro semejante, considerándolo
este dolor como el mayor de ellos. En vista de esta situación sólo
podemos decidir en donde situar el umbral de felicidad, si en la
ausencia de dolor y desastres o en los intentos por alcanzar aquellas
sensaciones placenteras que tanto deseamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario