La conciencia que ha llegado a tener el ser humano de sí
mismo no ha hecho más que alimentar una capacidad diferenciadora, la
distinción entre el “yo” y el objeto, entre el “yo” y lo
otro. Esta cualidad, que está ausente en el mundo animal, es la
principal causa de la subordinación, del control sobre otro
individuo de la misma especie con el fin de obtener un beneficio
productivo. La noción de amo y mandado, o de ser autónomo y
dependiente, no existe en el mundo animal según Georges Bataille,
tan sólo se trataría de una cuestión de fuerza desigual, por lo
que cuando un animal mata e ingiere a otro no se debe al hecho de una
subordinación, pues simplemente estaría relacionado con una
cuestión mucho más profunda, la lucha por la supervivencia y la
obligación a satisfacer sus instintos. En este punto podríamos
darnos cuenta de una situación realmente sencilla; que nos
encontramos en un camino unidireccional que nos aleja
irremediablemente de la vida animal. Esta separación nos convierte
de forma evidente en otra cosa diferente al animal, o a las plantas,
o al aire, o a las piedras, o a otras tantas cosas que no sean un ser
humano (e incluso depende del ser humano del que hablemos). La gran
distinción que observa Bataille deposita sus posaderas en la
conciencia que tiene el ser humano de las cosas que le rodean, de los
elementos exteriores a su propio ser, de unos objetos cuya
funcionalidad y finalidad son designados por esta extraña especie
bípeda y sin plumas. En cierto modo resultaría difícil, o tal vez
imposible, imaginarse la vida en el universo sin la existencia del
ser humano, de un grupo de individuos que han conseguido, gracias a
su capacidad consciente, darle un determinado sentido a todas las
cosas que le rodean, sea de manera acertada, errónea o
voluntariamente engañosa. Si asumimos lo que Bataille nos propone,
nuestro pasado pre-humano se constituiría como una especie de tiempo
poético inundado por la ausencia de una conciencia capaz de
figurarse las cosas. Alguien podría presuponer que los animales
tienen un determinado grado de conciencia (pensamiento al que tal vez
me apuntaría), exponiendo ante nosotros que estos seres mantienen
diversas conductas dependiendo de las situaciones. Bataille asume que
esto no afirma la presencia de conciencia en ellos, sino tan sólo
una predisposición a salvar su vida, procrear, alimentarse, o
proporcionarse placer, siendo necesario para ello haber realizado el
aprendizaje de la manera más provechosa posible. A esto se le conoce
como instinto animal, un instinto capaz de mantener una
correcta continuidad en el mundo. Si este instinto animal, al que
algunos llaman equilibrio natural, puede proporcionar un estado
de equidad ejemplar, tal vez habría que revisar nuestras normas
morales, éticas y los discursos religiosos que tanto abundan en
nuestra sociedad y que han sido incapaces de asegurar nuestro
bienestar.
Creo que consciencia es el nombre que le hemos puesto a nuestro sofisticado instinto animal. Creo que cualquier animal sabe del entorno que le rodea, pues si no, no sobreviviría. Los animales también tienen eso que llamamos jerarquías sociales, y si las estudiáramos a fondo nos daríamos cuenta que las nuestras son iguales o muy parecidas a las suyas, y no porque las hallamos copiado, sino mas bien porque compartimos los mismos instintos primarios. Y de aquí el verdadero sentido de aquello que llamamos bienestar, una palabra que significa cosas muy distintas dependiendo de quién la pronuncie. Somos una especie social, como las abejas, las hormigas, los monos, los lobos y un largo etc… Y nuestro bienestar y comportamiento viene dado por las circunstancias de la sociedad en la que vivamos, la cual resulta más compleja para nosotros, que la de cualquier otra especie.
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